"No creo que seamos parientes muy cercanos, pero si usted es capaz de temblar de indignación cada vez que se comete una injusticia en el mundo, somos compañeros, que es más importante."
  • Ernesto Che Guevara

martes, 17 de noviembre de 2015

Pacifismo y radicalismo.

Las condiciones objetivas de la revolución han llegado a su punto más alto en muchos años, con los patrones aumentando su tasa de explotación a través del incremento de la plusvalía absoluta y relativa. Como consecuencia, la precariedad y el desempleo han llegado a unos niveles intolerables para la clase obrera. Por el contrario, vuelven a sonar cantos de moderación y templanza además de las consabidas peticiones de mayores esfuerzos que emiten los representantes de la burguesía.

Pareciera como si reclamar unos derechos anteriormente inalienables fuera caer en el radicalismo más abyecto y quienes pedimos que se llenen las calles fuésemos unos incendiarios que perturbamos la paz social, tan deseada como difícil de lograr. Es común en España  que se narre la Transición como una gesta, el fin de enfrentamientos seculares entre las «dos Españas», que parecían irreconciliables pero que gracias a la responsabilidad de hombres de gabinete (nunca de las masas) pudieron converger en la consecución del bien común, abandonando la lid y abrazando la concordia.



Esto no es más que una fábula, una parte del discurso hegemónico que nos reprende por querer conquistar nuestros derechos. Bien es sabido que durante la historia las clases poseedoras solo han cedido privilegios cuando han visto peligrar su posición preeminente.

Como dice Althusser en este texto, el capitalismo debe asegurar la reproducción de las condiciones de explotación para su supervivencia, y esto solo lo puede hacer inculcando un discurso favorable a sus intereses, volviendo inocua a la clase obrera.

«Empero, no basta con asegurar a la fuerza de trabajo las condiciones materiales de su reproducción para que se reproduzca como tal. Dijimos que la fuerza de trabajo disponible debe ser “competente”, es decir apta para ser utilizada en el complejo sistema del proceso de producción. El desarrollo de las fuerzas productivas y el tipo de unidad históricamente constitutivo de esas fuerzas productivas en un momento dado determinan que la fuerza de trabajo debe ser (diversamente) calificada y por lo tanto reproducida como tal. Diversamente, o sea según las exigencias de la división social-técnica del trabajo, en sus distintos “puestos” y “empleos”.

Ahora bien, ¿cómo se asegura esta reproducción de la calificación (diversificada) de la fuerza de trabajo en el régimen capitalista? Contrariamente a lo que sucedía en las formaciones sociales esclavistas y serviles, esta reproducción de la calificación de la fuerza de trabajo tiende (se trata de una ley tendencial) a asegurarse no ya “en el lugar de trabajo” (aprendizaje en la producción misma), sino, cada vez más, fuera de la producción, por medio del sistema educativo capitalista y de otras instancias e instituciones.

¿Qué se aprende en la escuela? Es posible llegar hasta un punto más o menos avanzado de los estudios, pero de todas maneras se aprende a leer, escribir y contar, o sea algunas técnicas, y también otras cosas, incluso elementos (que pueden ser rudimentarios o por el contrario profundizados) de “cultura científica” o “literaria” utilizables directamente en los distintos puestos de la producción (una instrucción para los obreros, una para los técnicos, una tercera para los ingenieros, otra para los cuadros superiores, etc.). Se aprenden “habilidades” (savoir-faire).
Pero al mismo tiempo, y junto con esas técnicas y conocimientos, en la escuela se aprenden las “reglas” del buen uso, es decir de las conveniencias que debe observar todo agente de la división del trabajo, según el puesto que está “destinado” a ocupar: reglas de moral y de conciencia cívica y profesional, lo que significa en realidad reglas del respeto a la división social-técnica del trabajo y, en definitiva, reglas del orden establecido por la dominación de clase. Se aprende también a “hablar bien el idioma”, a “redactar” bien, lo que de hecho significa (para los futuros capitalistas y sus servidores) saber “dar órdenes”, es decir (solución ideal), “saber dirigirse” a los obreros, etcétera.
Enunciando este hecho en un lenguaje más científico, diremos que la reproducción de la fuerza de trabajo no sólo exige una reproducción de su calificación sino, al mismo tiempo, la reproducción de su sumisión a las reglas del orden establecido, es decir una reproducción de su sumisión a la ideología dominante por parte de los agentes de la explotación y la represión, a fin de que aseguren también “por la palabra” el predominio de la clase dominante.»

Añado por último que esta diferenciación en la calificación puede ser comprobada fácilmente. Los precios de las matrículas universitarias son cada vez más excluyentes. ¿Por qué la educación superior es menos importante que la básica y media cuando nos abre innumerables opciones de prosperar y nos aporta conocimientos especializados de organización? Es obvio que las clases acaudaladas quieren reservar para sus hijos estos espacios.

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